Jesús instruye para la misión, señalando las condiciones y los modos de misionar (Primera parte).

Seguimos estudiando el relato del evangelio del próximo domingo, y lo hacemos analizando los versículos del texto.

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V.1: «El Señor designó a otros setenta y dos y los envió dedos en dos». Lo primero que se destaca es que la iniciativa de la llamada y del envío parte de Jesús, y que no eran solo doce, sino muchos más los que conformaban el círculo de seguidores. Los evangelios recogen discursos de Jesús, dirigidos no a los Doce sino a otro grupo numeroso de discípulos.  En Lc 9, 1-6, ya se había narrado el envío de los Doce, para que colaborasen con él en su proyecto del Reino, ahora se trata de un grupo más amplio. No parece verosímil que este relato sea histórico, y no es fácil delimitar lo estrictamente histórico de él.  Además de que solo Lucas lo narra, exigiría un grado de organización que no se percibe en el grupo de los que seguían a Jesús. Aunque el número de 72 pueda haber ser escogido al azar, su simbolismo nos invita a pensar que son relatos elaborados más tarde por la comunidad.

43Este número tiene su importancia, pues debe ser interpretado como explícita significación de universalidad, y así lo entendió la Iglesia primitiva. Según Génesis 10,  setenta y dos eran los pueblos paganos que habitaban la tierra. (70 en el texto  hebreo y   72  en  la traducción griega). Seguramente, Lucas ha querido acentuar el carácter universal de la predicación, frente a la opinión de Mateo que dice expresamente que no entren en tierra de paganos ni vayan a ciudades de Samaria, porque  el límite de la gentilidad estaba allí en Samaria, apartada de la religión oficial judía. El envío de Jesús es universal, el anuncio de su Reino es para todos, su salvación alcanza a la humanidad entera.

Se señala también la vocación de todo discípulo de Jesús de sentirse enviado y misionero, que  no es sólo responsabilidad de unos cuantos selectos. Pero Jesús los  envía de dos en dos, porque para los judíos la opinión de uno solo no tenía ningún valor en un juicio, y los misioneros son, sobre todo, testigos. La misión  no  es individual  sino  comunitaria; el mensaje debe ser proclamado siempre por la comunidad,  el individuo está representando  a la  comunidad. Había en Palestina, después de la Resurrección de Jesús, grupos de cristianos itinerantes, que aunque se quedaban días en los pueblos, iban de pueblo en pueblo animando la fe de la gente y ayudando a la gente empobrecida. Quizás Lucas piensa en estos evangelizadores de su tiempo, y a ellos se refiera con el envío de los 72 de dos en dos.

No parece que se trate de un grupo de preparados expresamente para la misión.01 El evangelio dice simplemente: “envió a otros setenta y dos”. Ni siquiera dice que fueran discípulos,  serían personas que no pertenecían al grupo de los más cercanos. Surge la duda de la calidad de su predicación, pues los evangelios se encargan de manifestar que antes de la experiencia pascual ni los Doce se habían enterado de nada.  Por tanto, la misión de los discípu­los tiene por objeto, de momento, preparar la ve­nida de Jesús como evangeliza­dor; aquellos que son enviados deberán dar su testimonio de Jesús, y de la llegada del Reino en su persona. Pero los enviados son ya evangelizadores en cuanto anuncian lo que ellos habían comprendido y experimentado de Jesús y el Reino.

V.2: «La  mies  es mucha  y  los  obreros  pocos, rogad  al dueño  de la mies que envié operarios  a su  mies».   Los setenta  y dos  misioneros  son insuficientes; Jesús pone a sus discípulos ante una realidad que los rebasará ampliamente, por eso, el evangelizador ha de encomendar al Señor su tarea. No se trata sólo de sentirnos rebasados y abatidos ante la inmensidad del trabajo; por eso, la primera  acción de los discípulos es la  oración, porque  se necesitan fortaleza y  confianza  en  Dios, porque  todo proviene de Dios y es para Dios. También hay que orar para que Dios despierte en el hombre la llamada a la misión y ayuden a introducir a otros en el reino de Dios, y orar para mantener constantemente despierta en los discípulos la conciencia de haber sido, ellos mismos, llamados y enviados por deferencia divina: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Cor. 3,7).

42Es una invitación a la oración, pues el protagonista es Dios, y hay que contar con él para trabajar en su campo, y darle gracias por ser enviados. La mies no es de los apóstoles, no es nuestra; el dueño de esta mies, el mundo que Dios ve con amor es de Él, que dispone de todo lo relativo a la mies. La acogida del Reino de Dios es obra y gracia suya. Él da también la vocación de los discípulos, que  son sólo enviados a un trabajo en que no todo es cuestión de planes y estrategias nuestras. Sin la fuerza de la oración, sin el amor y la presencia del Espíritu, los mejores planes fracasan estrepitosamente.

La única posibilidad para resolver la brecha aparentemente insuperable entre el trabajo y el número de trabajadores es la oración, que significa pedir desde la clara consciencia de la necesidad: sólo quien se encuentra necesitado pide. Jesús, por tanto, invita a sus discípulos a hacer suya esta necesidad para proclamar el Evangelio, con la consciencia de contar con el Dueño que  nos acompaña, nos da fortaleza ya que  él  mismo nos advierte  que  la misión  no es fácil. Al fin y al cabo es su obra.

V.3a: «Poneos en camino». La iniciativa de enviar a la misión es competencia del Padre, pero Jesús da la orden: “Id”, indicando después el modo de seguirlo, y la itinerancia es la clase de vida que Jesús eligió cuando se decidió a proclamar su buena noticia; ya el domingo pasado nos decía que no tenía donde reclinar la cabeza. Este desapego de toda clase de seguridades es la actitud básica y fundamental que debe adoptar todo enviado. Seguir a Jesús exige dinamismo, pues el anuncio no se puede hacer sentado y desde una cómoda instalación personal. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas del mensaje de Jesús. Estar siempre en camino en función de la misión es el ámbito propio del cristiano, sin residencia fija y dependiendo de la hospitalidad que le puedan ofrecer. Por ello Jesús al que se ofrece a seguirlo le dice que para ello se ha de ser una persona desinstalada, tener una disponibilidad incondicional para no quedarnos viendo lo que pasa, sino seguir trabajando, seguir acompañando a las personas para que sientan la cercanía de Jesús en sus momentos difíciles.

V.3b: «Os mando como ovejas en medio de lobos». Es una advertencia a los discípulos2 de la dura oposición que encontrarán en la misión. Es una llamada al realismo y debemos estar preparados. El cordero en medio de lobos es la oposición a la mentalidad corriente de devolver mal por mal.  Contrasta con la actitud de Santiago y de Juan, del domingo anterior: «¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo?». El discípulo no debe convertirse en lobo, debe renunciar a todo tipo de violencia, y ha de permanecer y presentarse como Jesús, el Cordero manso (Is 53,7), que es una imagen de la debilidad y fragilidad, acentuada por el contraste con los lobos, imagen alternativa de la fuerza y la voracidad. El cristiano jamás es invitado a discursos, gestos y acciones violentas; por eso, es doloroso recordar el hecho histórico de cómo la Iglesia cuando adquirió poder pasó a ser un lobo en medio de corderos, y lo que es peor, un lobo con piel de oveja.

Vamos a encontrar oposición, porque en el mundo hay pecado, no solo personal, sino también estructural. Jesús nos envía consciente de nuestra debilidad, de que nos tendremos que mover en situaciones peligrosas, y él fue el primero que las sufrió. Cuando se escribieron los evangelios, las primeras comunidades cristianas estaban viviendo la oposición, tanto del mundo judío como del pagano. Después, miles han sufrido dificultades por Jesús, y es incontable el número de mártires por la fe y por la justicia, porque denunciar la opresión y la injusticia no puede agradar a los que viven desde esa perspectiva, y sacan provecho de ella a costa de los demás.

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La defensa de los derechos más fundamentales que protagoniza el Evangelio se realiza siempre desde la no violencia, y no con la imposición violenta. El misionero  debe estar atento  y  consciente  de sus  debilidades  y fragilidades, y  saber dónde está  su fortaleza. Desde la búsqueda del provecho personal o el de la institución es imposible adivinar lo que sería bueno para el otro, y el egoísmo  y la ambición no son buena noticia para nadie, y por eso, no pueden ser nunca compañeros de viaje para el enviado que tiene que darse cuenta de que el único apoyo en la misión es Dios mismo, y no puede confiar en medios extraños para anunciar el evangelio. Con todo, a pesar de la oposi­ción, la evangelización sigue adelante.

4V.4a: «No llevéis bolsa, ni  alforja, ni sandalias». Es una llamada a la debilidad, en forma de austeridad y pobreza, a reconocernos pequeños, necesitados del amparo del Padre, frágiles, ligeros y libres de todo impedimento para dedicarnos a la misión. Jesús no quiere miseria y necesidad para nadie, pero sí quiere lo que podemos llamar una pobreza digna y solidaria, una vida sin lujos, de pocos gastos, compartida con personas de escasos recursos. Significa no confiar en los medios externos para llevar a cabo la misión, porque no debemos hacer de la predicación un logro humano. Se trata de confiar solo en Dios, dependiendo de la ayuda que viene de Él,  ya que el mensajero ha de confiar totalmente en Aquel que lo envía. Es decir, no buscar seguridades de ningún tipo, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el prestigio, ni en los medios. Han de misionar con pocos medios para ser libres,  y para que quede claro que la obra es de Dios. Tenemos la obligación de utilizar al máximo los medios que la técnica nos proporciona, pero no debemos poner nuestra confianza en ellos. El éxito de la predicación no depende de los medios humanos, sino de la gracia de Dios, y lo que no contri­buye es­torba. Pobreza a pesar de la  riqueza del mensaje, porque  en realidad es libertad de corazón.

V.4b: «No os detengáis a saludar a nadie por el camino». Esta recomendación quiere44 destacar la urgencia de la tarea a realizar. Seguramente está haciendo referencia a la inmediata llegada del fin de los tiempos, en que las primeras comunidades cristianas creyeron a pies juntillas. No se trata de negar el saludo a los que se encuentren en el camino. «Saludar» tenía para los semitas, un significado muy distinto al que tiene para nosotros. El saludo llevaba consigo un largo ceremonial de conversaciones que podía durar horas o días, y era por lo tanto es una forma de volver atrás,  hacia las  preocupaciones  mundanas y perder la  concentración en el servicio de la  Palabra  de Dios. La misión tiene urgencia, no admite espera,  ni distracciones, ni pérdida  de tiempo. No se admite distracción alguna, y nada ha de entretenerlos por el camino, ni siquiera el saludo, sagrado entre los orientales. Hay que ir derechos a la misión, dar la paz y llevar la salvación, no solo con las palabras, sino con la acción, pues la presencia del testigo debe ser expresión de las bendiciones de Dios.

40Vv. 5 y 6: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa”. Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la paz para los judíos. «Shalom» no significaba solo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana: justicia, armonía, comprensión, amor, prosperidad, paz… la síntesis de todos los bienes divinos, la plenitud de vida y de relaciones. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos. Se trata de la paz de Dios anunciada desde la  noche  de la  Navidad,  descansará sobre todos los que estén abiertos a recibirla a través de la buena voluntad, las obras de justicia y conversión, y se quedará con quienes la acojan.

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Sólo en el testimonio coherente en Cristo, el discípulo será mensajero de la paz, entendida no como pasotismo e indiferencia ante los problemas sociales y comunitarios que se presentan, sino haciendo que los hermanos se encuentren con el Resucitado que da luz a estas realidades humanas. La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje, como lo es también, querer proponer el Reino sin preocuparnos por la construcción de la sociedad nueva que anuncia Jesús, levantada sobre la paz y la justicia.

Vv.7 y 8: “Permaneced en la misma casa”, aceptando su hospitalidad. “Comed y bebed36 de lo que tengan y  os pongan”. La humildad es una de las actitudes más difíciles, es ponerse al nivel del otro, aceptar sus costumbres, su cultura, su idiosincrasia…, sin imponer lo nuestro, es aceptar la dependencia de los demás en las necesidades básicas, no poder elegir ni lo que comes ni con quien comes. Se trata de estar disponible para todos sin esperar nada a cambio, pero aceptando con humildad lo que den, siempre que sea lo indispensable, comida, alojamiento, etc. Muchos intentos de evangelización han fracasado por no tener esto en cuenta. No hay que buscar la comodidad, es indispensable ser acogidos. El sustento y el equipaje corre a cargo de los evangelizandos. Los evangelizadores de la paz, han de ser debidamente atendidos, sin raquitismos por parte de los anfitriones,  y sin pretensiones descompuestas por parte de los evangelizadores. “Y no vayáis de casa en casa”. Se evita así andar buscando otra mejor, y se evitan chismes que dejan en mal lugar al que la ofreció primero.

V.9: “Curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios”. Se trata de dar  testimonio del Reino, especialmente  entre los que más  lo necesitan, los enfermos,   los abandonados, los tristes,  los oprimidos, los  faltos de fe. Curar y sanar como signo de la presencia del Señor que salva. Y no se refiere solo a las enfermedades físicas, también a todo aquello que impide al ser humano ser él mismo y alcanzar su plenitud. No olvidemos las enfermedades psíquicas, familiares y sociales que arruinan la existencia de tantas personas. De hecho, a su vuelta, los 70 solo hacen alusión a su alegría porque los demonios, los poderes que deshumanizan, se les sometían. Es la gran noticia: Dios, el Padre Bueno de todos, está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida.

3

La buena noticia no son grandes discursos teológicos, ni propagandas ideológicas, lo único que el ser humano necesita saber es la buena noticia de que Dios lo ama. Predicar el reino de Dios, es hacer ver a cada ser humano que Dios es alguien cercano, que está en lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni a las grandes manifestaciones religiones, ni a las doctrinas, ni a los ritos, ni al cumplimien­to de la norma: ¡Dios está en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo! La buena nueva es que está llegando el reino de Dios y con él  la paz porque Dios lo llena todo con su inmensidad y su acción salvadora. Es el bien supremo, y como tal debe ser anunciado con urgencia, a todo trance y sin descanso.

 

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