SANTÍSIMA TRINIDAD B. Creer en Jesús como salvador implica creer en la Trinidad.

Resumen y esquema del texto:

TRINIDAD 6Este domingo volvemos al tiempo Ordinario con la fiesta de la Santísima Trinidad. Después del período pascual, en el que celebramos agradecidos los hechos principales de nuestra fe, ahora, la liturgia centra su atención en el Dios que está detrás de ellos, considerando su vida interna, de cuyo amor proceden sus obras, y de las que permite participar a todos. Dios es siempre incomprensible, pero el núcleo de su ser es que “es Amor” (1 Jn 4, 8). No se puede comprender este amor, pero sí sentir como se es acogido por el amor personal de Dios Trino. Por eso, la Trinidad es entendible sólo con el corazón, que descubre ese amor; intentar comprender los motivos por los que uno es amado es empezar a perder el amor que se ha descubierto. En vez de buscar una explicación racional al amor que Dios nos tiene, deberíamos contemplar ese amor y callar, aceptándolo agradecidos, porque ante el amor no hay otra reacción posible que la aceptación o el rechazo.

La palabra “Trinidad” con la que designamos al Dios uno y trino no aparece en la Biblia, sino que fue creada por los Santos Padres en los primeros siglos de la Iglesia. Responde a una preocupación propia de la cultura greco-romana que se interesa por conocer la cosa en sí misma, “qué es alguien o algo”, una visión estática. La preocupación de los autores de la Biblia es diferente, y su interés recae en saber “qué hace Dios y de qué nos sirve”, sus relaciones con el mundo y la historia, y el papel específico de cada una de las personas divinas en la obra de salvación. Por eso, la Biblia presenta a Dios en acción, como el creador que por amor crea el mundo, como el misericordioso que perdona los pecados, como el único Dios, pues es el único que salva, ya que los ídolos son un engaño que no salvan.

Por eso, la Biblia presenta a Dios en acción: en la Creación, el Padre aparece como principio de todo lo que existe, como el salvador que ama a su pueblo y lo libera de la esclavitud, (primera lectura); en la Encarnación, Dios se encarna en Jesús, para reconciliar y llevar a la Vida; en Pentecostés, Padre e Hijo se hacen presentes en el Espíritu Santo, para iluminarnos y ayudarnos con sus dones a alcanzar esa Vida. Esa historia salvífica alcanza la vida de cada uno de nosotros: todo cuanto tenemos lo recibimos del Padre por Jesucristo nuestro mediador. El Espíritu Santo es quien nos une a Cristo, y sin él no podemos acercarnos al Padre. Este modo de considerar la Trinidad es más dinámico, como un proceso de vida y movimiento.

34 0La Trinidad no es una realidad remota y abstracta. La Trinidad es un océano que no podemos esperar abarcar en esta vida, pero no es una realidad remota y abstracta, algo que está «ahí fuera, sino que está “mucho más aquí”; es ciertamente un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos, pues el bautismo nos incorpora a Cristo, nos llena con su Espíritu, nos hace hijos de Dios; por él participamos en la vida de Dios y entramos en relación personal con el Dios uno y trino. Las personas divinas de la Trinidad no son extrañas; lo que adoramos es el Dios vivo, el Dios en que vivimos, nos movemos y existimos.

La fiesta de la Trinidad es de institución relativamente tardía, pero fue precedida por siglos de ir avanzando en la revelación de la intimidad divina. Todo arranca del mismo N T: Jesús presenta a Dios, sin romper la unidad de la esencia divina, como una comunión de amor en la realidad de tres personas; comunión a la que todos podamos acceder y ser parte de ella, entrando en el círculo del amor de Dios: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23).  Pero lo que dio impulso a la comprensión de la Trinidad fue la lucha contra las herejías de los siglos IV y V: en 325, el concilio de Nicea afirmó que Cristo es coeterno y consustancial con el Padre; esto fue reafirmado en el de Constantinopla, en 381, que declaró además que el Espíritu es distinto del Padre y del Hijo, pero consustancial, igual y coeterno con ellos.

Comenzó a celebrarse hacia el año mil o un poco antes. Anteriormente existía misa votiva y oficio en honor de la Trinidad, pero no día de su fiesta como tal. Parece que fueron los benedictinos y cistercienses los que asignaron el domingo después de Pentecostés para su celebración, y las Iglesias diocesanas comenzaron a seguir el ejemplo de los monjes, y, en los dos siglos siguientes, la celebración se extendió por toda Europa. Roma, siempre conservadora en la liturgia, tardó en admitir la nueva fiesta: en 1334, el papa Juan XXII la introdujo como fiesta de la Iglesia universal.

Una división del texto para ayudar a la lectura de quien quiera seguir profundizando:

37 0 0V.16. La aparición del Resucitado a los Once en el monte de Galilea donde los había citado (26, 32), y reiterado después a mujeres en apariciones posteriores a su resurrección (28, 7.10). No se especifica qué monte es, pero la tradición lo identifica con el Tabor. En Galilea Jesús comenzó su misión, y ellos habían recibido la primera llamada (4, 12.18) y la primera misión oficial (10,1-16); y es allí, en Galilea, donde todo comenzará de nuevo, con una nueva llamada, y una nueva misión. Los discípulos no huyen de Jerusalén, pues salen a su encuentro. Es significativa la ausencia de Judas: ahora son los Once.

Como en el A T, las cosas importantes suceden en la montaña, que es el lugar privilegiado de manifestación de Dios, y de encuentro y comunión con Él. La mención del monte recuerda el momento fundamental de la historia de salvación en el que Dios congregó a su pueblo en el Sinaí. Con alusiones al monte y a Galilea, Mateo indica que nos encontramos en un momento decisivo: el nacimiento de la Iglesia, pueblo nuevo, nacido tras la Pascua, convocado por la autoridad del Resucitado, y llamado a continuar la misión de su Señor. Además, es una forma más de destacar la divinidad de Jesús.

V.17a. Al ver a Jesús, los discípulos se postraron ante él. Es la posición de adoración del creyente ante la presencia de Dios; la misma de los sabios de Oriente (2,2.11). El término griego expresa a la vez el homenaje al rey que acaba de nacer y la adoración que merece el Hijo de Dios (Mt 14,33); indica que Jesús es el Emmanuel (1,23), adorado como resucitado (28,9) y Señor. Se subraya que estaban embargados de alegría por un momento de encuentro tan esperado, y la transformación interior que el encuentro con él opera en los discípulos, que antes dudaron, pero ahora adoran. Este cambio revela la nueva mentalidad con la que acogen esta experiencia y con la que van a obedecer la misión universal que Jesús les encarga, que sin esta transformación  hubiese resultado frustrada.

38 0 0V.17b. Algunos dudaban. La visión no es tan poderosa como para eliminar cualquier duda, pues la presencia de Dios sorprende y sobrepasa la capacidad humana de comprensión; no basta ver a Jesús para reconocerlo y creer. A lo largo del evangelio, los discípulos han sido hombres de fe vacilante (6 ,30; 8, 26; 14,31; 16, 8) y han abandonado a Jesús (26, 56). También Pedro vacila y se hunde en el lago, pero tras la duda viene la confesión de fe y la adoración (14,31.33). Es la única vez que Mateo narra la reacción de los discípulos ante el Resucitado, que los otros evangelistas atestiguan con más detalle. Tiene más sentido que esta duda ocurriera antes, como citan los otros evangelios (Mc 16,11.13.14; Lc 24,11.24.37-38; Jn 20,25). Su interés está en hacer notar cómo los discípulos no creyeron fácilmente, llevados por un entusiasmo precipitado que podría disminuir después la credibilidad de su testimonio; y sirve para demostrar que los apóstoles no eran unos ingenuos, y para animar a las primeras comunidades que seguían teniendo todavía dudas.

V.18. La autoridad de Jesús. Mateo concluye su evangelio con unas palabras de Jesús, en las que se distinguen tres partes. La primera es una revelación de su suprema autoridad sobre cielo y tierra, nacida de su identidad con el Padre, y en donde se funda la misión que los Once están por recibir. Evoca al hijo de Hombre de Daniel (7,14), pero su poder no sólo se manifestará al fin de los tiempos, en la hora del juicio, sino ahora y aquí (8,25; 14,28.30). Su autoridad se ha manifestado en la enseñanza (7,29), el perdón (9,6) y las curaciones (9,8; 10,1). Esta revelación recuerda otras palabras de Jesús: “Todo me ha sido dado por mi Padre” (11,27), “Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos” (Jn 13,3) y “Todo lo que es mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10)…

Esta dignidad de Señor le es dada por Dios, que “ha constituido Señor y Mesías al Jesús que crucificasteis” (Hch2,32-39). Por su humillación es exaltado y ha recibido el “Nombre-sobre-todo-nombre” y ante él no cabe más aclamación que la de “Jesucristo es Señor” (Fp 2, 9-11).Porque es primogénito, anterior a todo, cabeza del cuerpo, principio, primero, plenitud, en definitiva, “Señor” (Cl 1,15-2). Todo es por, para y del Señor, y su señorío es total: de la vida y de la muerte (Rm 14,6-9). La salvación, don del Espíritu, está en confesar que Jesús es el Señor (Rm 10,8-12), y se alcanza de Dios, si se le pide (1Co 12,2-3). También la esperanza está en él, porque el Señor volverá de nuevo: “Amén. Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20-21).

32Vv.19-20a. La triple misión. La segunda parte del discurso de Jesús es un relato de misión que evoca los relatos de vocación del AT; un ejemplo es la escena de la zarza en la que Moisés es enviado a liberar a su pueblo de la esclavitud (Ex 3,6.9.12). La misión ahora, tras la Pascua, es más universal que la que les había encomendado cuando aún estaba con ellos, que limitó a “las ovejas perdidas de Israel” (Mt 10,5-6). La resurrección de Jesús significa la universalización de su obra, y son enviados “a todos los pueblos”; no deben detenerse ante ninguna frontera porque la buena noticia debe llegar a todos, para que todos puedan experimentar la alegría de vivir en la cercanía de un Dios que es Padre, y sentirse sus hijos y hermanos entre sí. El fuerte contraste entre aquel particularismo y la universalidad de este encargo final pone de manifiesto la inauguración de una realidad totalmente nueva.

No es casual que el evangelio termine con un envío misionero, pues el grupo de Jesús es esencialmente misionero: “poneos en camino” (Lc 10,3). Jesús realiza el envío usando dos verbos: “id y haced” en nombre de Dios, y no en el propio. Este “id” (en imperativo) es un mandato a salir, del resguardo a un contexto difícil, para dar testimonio gozoso de Jesús. “Haced” (también en imperativo), indica una actividad. En definitiva, Jesús invita a sus discípulos a salir de sí mismos, ir al encuentro de los demás, y guiarlos al encuentro con Dios. Se trata de una triple misión, lo central del relato, que resumen las dos fases de la iniciación cristiana en la Iglesia de Mateo. La primera era la enseñanza de las palabras de Jesús, que Mateo había recogido y ordenado en cinco grandes discursos; el discípulo debe aprender a ponerlas en práctica (7, 21-27). La segunda fase era el bautismo, que sellaba la vinculación íntima del discípulo con la Trinidad. La triple misión será:

1) Hacer discípulos a todos los pueblos. No se ha de entender en un sentido proselitista, sino en el de que otros puedan conocer al Señor. Jesús ofrece a todos la oportunidad de establecer con él esa relación íntima que caracteriza la vida cristiana, y que da plenitud a la existencia humana. La palabra discípulo es de gran importancia en el evangelio de Mateo, donde aparece en más ocasiones que en los otros evangelios. Ser discípulo es no absolutizar el propio pensamiento, siempre dispuestos a seguir al Maestro, y aprender de él, a cuyas enseñanzas ha de remitirse siempre el discípulo, que convive con el Maestro y aprende de él, en esa convivencia cotidiana, de su modo de vivir y convivir; como el siervo de Yahvé, afina el oído para escuchar lo que Dios le tenga que decir (Is 50,4).

36 02) Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ser bautizado en nombre de alguien significa asumir públicamente la tarea de observar su propuesta de vida. Por tanto, ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es lo mismo que ser bautizado en el nombre de Jesús (Hch 2,38) o en el del Espíritu Santo (Hch 1,5), significa asumir públicamente la tarea de vivir la Buena Noticia que Jesús comunica: revelar que Dios es Padre, y trabajar para que se superen todas las divisiones humanas, porque todos somos hijos de Dios. El bautismo es una consagración, que pone en relación personal e íntima al discípulo con Jesús, el Padre y el Espíritu Santo.

3) Enseñar a observar todo lo que Jesús ha mandadoNo es enseñar doctrinas nuevas ni propias, sino que se trata de presentar el rostro de Dios que Jesús ha revelado y enseñado, que es de donde se deriva toda la doctrina transmitida por los apóstoles. Y no se trata de una doctrina teórica sino algo que se ha de poner por obra, pues se trata del anuncio de una vida nueva en Dios.

V.20b. Al envío le sigue la promesa de la presencia y acompañamiento de quien envía. La tercera parte del discurso de Jesús son palabras consoladoras, la promesa de su asistencia en esta misión hasta el fin de los tiempos. La Resurrección no deja solos a los suyos, ni aleja a Jesús, sino que inaugura un nuevo modo de estar con ellos por medio del Espíritu Santo. La presencia de Dios está asegurada para siempre a una Iglesia que siga predicando el evangelio y siga bautizando en el nombre de Dios. Sin esa presencia, que no es física pero sí real, y que sólo se entiende desde la comunión trinitaria, la Iglesia se sentiría impotente para llevar a cabo la misión encomendada.

Es la gran promesa que resume todo lo que ha sido revelado desde el comienzo, de todas las promesas del A T, y de todas las aspiraciones del corazón humano. Es el resumen final de la buena noticia transmitida por el Evangelio de Mateo. Lo remarca el cuarto evangelio (14,16-20), y aunque es la misma certeza que Mateo comunica al comienzo del Evangelio, presentando a Jesús como el Emmanuel, Dios con nosotros, que acompaña siempre a la Iglesia en su misión, es ahora, gracias a la Resurrección, cuando los discípulos podrán entender de verdad que Jesús es “Dios-con-nosotros”.

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Unas preguntas para profundizar más en esta palabra de Vida:

*¿Eres como los discípulos, que cuando el Señor los llama salen a su encuentro? ¿En qué sentido te ayuda la actitud de los discípulos a plantear tu relación con él? ¿Estás dispuesto a dejar actuar al Espíritu Santo en ti para poder llegar a «nacer de nuevo»?

*¿Persiste la duda en tu vida a pesar de haberte encontrado con Jesús? ¿Qué haces cuando te ocurre esto? ¿Le pides que ilumine tu entendimiento para comprenderlo y amarlo?

*¿Te anima para seguir siendo discípulo saber que no estás solo, y que Jesús permanece siempre contigo? ¿En qué situaciones, o lugares sientes esta presencia del Señor?

*¿Cómo te interpela el mandato misionero? ¿Cuál es tu forma de hacer discípulos? ¿Qué te retiene en la comodidad sin permitirte salir al encuentro de tus hermanos?

*¿Os proponéis en tu comunidad ser una Iglesia en salida misionera? ¿Sabes que el testimonio de vida puede crear en otros el deseo de vivir una vida cristiana?

*¿Qué sentimientos provoca en ti esta promesa de Jesús de acompañar todos los días hasta el fin del mundo? ¿De qué modo te anima a seguir construyendo el Reino cuando te desmoralizas o desanimas?

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Mi compromiso después de escuchar la invitación de Jesús en su Palabra:

*Descubrir que la Trinidad se ha presentado como una especie de embrollo teórico indescifrable, sólo apto para mentes especialmente doctas e iluminadas. Pero no es la reflexión intelectual, sino la experiencia vital de la fe la que nos permite entenderlo.

*Que Dios sea una comunidad de amor entre tres personas, implica un modo muy concreto de relacionarnos con él: somos llamados a ser hijos como lo fue el Hijo; y movidos por su Espíritu atrevernos como él a ver en Dios a un Padre. Sólo así podemos construir un mundo de hermanos, donde nuestras relaciones estén fundadas, como las de Dios, en el amor.

*Comprender que la duda también está presente en la vida de los cristianos, pero no estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados de Dios nuestro Padre, por eso no perdemos la fe y la confianza en Él.

*Descubrir que hoy necesitamos hablar de Dios con palabras sencillas que toquen y reconforten los corazones, muchas veces confusos y desalentados. Dios es un foco de amor insondable, y su intimidad es amor y comunicación.

*Que cada vez que nos persignemos y digamos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, lo hagamos con atención, recordando que Dios nos ama infinitamente; agradezcamos ese amor y vivamos con confianza, alegría y felicidad al sabernos sus hijos. Y, en consecuencia, tratemos de dar a conocer también a los demás este amor de Dios desde nuestra caridad hacia el prójimo.

*Comprender que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, por eso, es parte de nuestra propia naturaleza fomentar la unidad y el amor recíproco con el Señor y con los demás, en la gran familia del mundo y de la Iglesia, en las relaciones sociales y domésticas, en la amistad y el entorno de trabajo. La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser fermento de comunión, de consolación y de misericordia.

*Reconocer en la Trinidad el modelo de Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. No estamos llamados a vivir los unos sin los otros, por encima o contra los demás, sino los unos con los otros, por los otros y en los otros. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús.; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas bajo la guía de los pastores.

Y le respondo al Señor después de rezar con su palabra:

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que tu Palabra nos ha hecho ver. Gracias por la grandeza y la profundidad de ese amor. Y haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Amén.

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TRINIDAD 1

 

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