ORDINARIO 12º B. Vivir seguros de que Jesús no deja tirados y está presente en todas nuestras luchas.

Resumen y esquema del texto:

17La Palabra de este domingo 12º ciclo B propone la relación entre Dios y el sufrimiento humano, presente desde que se nace hasta la muerte, como sociedad y como individuo, y a todos los niveles: físico, moral… La Filosofía y la Teología buscan respuesta ante su porqué, de si Dios lo manda, o al menos, lo consiente; de si es consecuencias del pecado, pues si es así, el justo asegura su bienestar gracias a su conducta irreprochable. Aunque esto no encaja, y temprano o tarde, la desgracia también le llega, y entonces: ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, a lo que sigue la enumeración de las buenas obras que acreditan su inocencia. Pero, aunque el pecado personal no sea la razón inmediata de la existencia del mal en cada uno, sí que hay correlación entre la realidad del pecado, llámese egoísmo, injusticia, venganza…, y sus consecuencias maliciosas, llámese pobreza, hambre, violencia…   

Es lo que plantea Job (primera lectura): no entiende su sufrimiento, cree que no lo merece, se atreve a cuestionar a Dios y a tenerlo como rival, discute con Él, le expone su inocencia y el castigo inmerecido. Así, hasta que enmudece ante el misterio de Dios, que sin darle explicaciones afirma su poder manifestado en la creación. Job confiesa su ignorancia y renuncia a erigirse en juez de Dios; y por fin, tras la noche oscura, amanece la aurora. Dios no responde a dudas, y no se pueden escrutar sus secretos: le podemos pedir todo menos el porqué de las cosas y pedirle cuentas; sólo vemos fragmentos, y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. Dios está y está hablando; somos nosotros quienes no estamos en su presencia y, por tanto, no oímos su voz. Y el problema no es que Dios no exista o no esté, sino que vivamos como si Dios no existiera.

En la misma línea, el evangelio narra una situación peligrosa de los discípulos: un fuerte temporal hace que su frágil barca amenace con hundirse, mientras Jesús duerme en el puesto del timonel, donde se marca el rumbo de la nave; parece que se desentiende, ni siente amenaza ni pierde la paz; evoca al sembrador de la parábola que duerme mientras la semilla hace su trabajo. Pero los asustados discípulos no están para nada, van de un lado a otro, gritan y despiertan a Jesús para recriminarle su desinterés por ellos, abandonándolos ante el riesgo: “¿No te importa que…?”. Los Santos Padres presentaban esta escena, como una imagen de la Iglesia pasando por crisis de fe.

22Después de narrar dos parábolas que revelan el misterio del Reino presente en las cosas cotidianas y su fuerza de crecimiento irresistible (4,1-34), Marcos ahora viene a decir que Jesús anuncia la llegada del Reino tanto con su predicación, como con su actuación, y habla de cómo el Reino se hace presente en las obras de Jesús a favor de sus discípulos, del pueblo, y, sobre todo, de los marginados y excluidos. Marcos comienza presentando a Jesús que se enfrenta al mar que impide su acción liberadora; y venciéndolo, vence al caos que simboliza. Luego, muestra a Jesús que vence y arroja al demonio (5,1-20), y concluye describiendo el modo como Jesús vence la impureza y la muerte (5,21-43).

Jesús dijo estar con ellos, pero no acaba la persecución de las comunidades perseguidas, que son como la barca que va por el mar de la vida casi sin esperanza de llegar a puerto; a ellas va destinado el relato. Marcos, para invitarlos a confiar, y asegurarles que la presencia de Jesús está siempre con ellos en medio de las dificultades, recoge episodios que revelan el poder con que Jesús está presente entre los discípulos, que no tienen nada que temer, pues lo que los salvó del naufragio fue llevarlo con ellos, y ésta es la mejor garantía contra las tempestades de la vida. En la antigüedad, los marineros echaban aceite sobre las olas para calmarlas, el creyente echa sobre las olas del miedo la confianza en Dios: “Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros” (1Pe 5,7).

Una división del texto para ayudar a la lectura de quien quiera seguir profundizando:

Vv.35-36. Después de un día entero de predicación de parábolas, “aquel mismo día”, Jesús deja la orilla de Cafarnaúm para pasar a la costa occidental, la Decápolis, tierra no judía, mundo pagano. Va en barca, porque había tanta gente que temió un atropello entre ellos. Otras barcas le siguen, pero el relato se centra en la de Jesús, que aun cansado, no para, continua su trabajo, y quiere ir a la otra orilla para llevar el anuncio a todas las gentes; aparece de nuevo el carácter universal del mensaje de Jesús.

2Para los semitas el mar es el lugar del caos y el mal, lo opuesto a Dios, y aquí quiere significar que el mal quiere impedir que el Evangelio llegue a esa orilla, frenando la difusión del Reino. Y ese cruzar evoca el cruzar del Mar Rojo de Israel para ir a la Tierra prometida. El relato ocurre al atardecer, cuando la luz va apagándose, representando que Jesús aún no está totalmente presente en la vida de la comunidad, y no la alumbra.

Vv.37-38. En medio de la travesía, una imprevista tormenta pone en peligro sus vidas. El mar de Galilea está rodeado de montañas, y de entre sus desfiladeros el viento suele soplar sobre el mar provocando frecuentes tormentas, sobre todo en invierno. Este mar, en una escena pedagógica, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de los apuros ante una situación desesperada. Es una catequesis sobre el discípulo y la identidad de Jesús, y pretende suscitar una fe madura para encontrar serenidad en los momentos difíciles en que Dios parece ausente. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas.

Una voz descompuesta sacude al Maestro: “¿No te importa que nos hundamos?” La barca de Pedro zozobra, y Cristo va dentro: ¿Por qué lo permites? En los discípulos puede más la fuerza del temporal que su confianza en Jesús, como si no lo conocieran todavía; la respuesta de Jesús lo sugiere: “¿Aún no tenéis fe?” Fe en su persona, y todavía no se han enterado de que él es el Mesías, el Señor. Insinúa la divinidad de Jesús al presentarlo como aquél al que el viento y las aguas obedecen, pues en la tradición bíblica estos elementos están a las órdenes de Dios.

El relato evoca el libro de Jonás, del que toma algunos rasgos, en una escena pedagógica que opone dos actitudes: la de los discípulos, que, como Jonás, no entienden nada y están aterrados; y la de Jesús, que aprovecha, antes de continuar su misión, para descansar tranquilo a pesar de lo que estaba sucediendo, como da a entender su dormir sobre un almohadón. El sueño profundo denota su cansancio: había días en los que no tenían tiempo ni para comer (3,20), y, sobre todo expresa su confianza en la causa de Dios, y su entrega total a ella. El sueño también se puede interpretar como una alusión a la muerte de Jesús, la gran prueba para los discípulos; y su despertar, la Resurrección. Y es cierto que el relato adquiere su significado sólo después de la resurrección de Jesús, que será cuando el Evangelio alcance a tierras paganas.

18Vv.39-40. Jesús grita al mar: “¡Silencio, cállate!”; la tormenta se calma y reprocha la falta de fe de los discípulos: “¿Por qué teméis? ¿Aún no tenéis fe?” Da la impresión de que no se corría ningún peligro, porque él estaba en la misma barca; controla la situación e invita a confiar en Dios, que no está ausente de los acontecimientos, la naturaleza, las personas, o las cosas. Jesús, en vez de calmar y animar a los discípulos, los interpela, no tanto por el miedo, cuanto por su falta de fe, pues únicamente la confianza en su victoria sobre las fuerzas del mal, puede permitirles superar el miedo. Se requiere una fe que libere de cobardías y miedos, y comprometa a caminar tras las huellas de Jesús.

Este relato evoca el episodio del Éxodo, cuando el pueblo, sin miedo, atravesaba las aguas del mar (Ex 14,22), a Isaías que decía: “Porque si atraviesas esta agua yo estaré contigo” (43,2), y el salmo: “En la angustia gritaron al Señor y Él los liberó de sus angustias” (107, 28-30). Y es que, como la victoria de Jesús sobre el mal y la enfermedad, proclama el poder divino de Jesús, el mismo de Dios contra las fuerzas del mal y el caos, como se ve en las Escrituras desde el inicio del Génesis. Y será su Resurrección lo que establezca su dominio definitivo sobre lo que el mar, en la mentalidad semita, significaba: el dominio de la muerte, que el pecado introdujo en el mundo.

Marcos invita a reflexionar sobre las crisis de fe personal y comunitaria que bloquean la acogida del Evangelio con coherencia y firmeza, e impiden abrirse confiados a la persona de Jesús, en vez de aprender de él, que sabe vivir siempre, en la tempestad y en la bonanza, con la certeza de estar siempre en las buenas manos del Dios que es todo Amor. Aprender a hacer esta experiencia, no sólo ayuda a vivir las dificultades, sino que enseña a ser auténticamente discípulos.

3V.41. Con la calma, un sentimiento de temor invade a los discípulos, no saben qué decir y se preguntan: ¿Quién es este hombre? Ahí está el Señor, pues el dominio sobre el mar sólo lo tiene Dios que lo ha creado, lo controla, y quien le ordena (primera lectura). Y es Dios quien “apacigua la tormenta en suave brisa, y enmudece las olas del mar (salmo). Sienten la presen­cia de la grandeza divina, y su espíritu se turba y rebosa res­peto. A pesar del tiempo que han vivido juntos, no saben quién es ese extraño Jesús; más que un maestro, se les manifiesta en la verdad de su ser, y los discípulos ven que Jesús tiene ese poder sobre el mal, y su espíritu se turba, evocando el res­peto de Jonás. Y ese temor de descubrir a Dios tan cerca de ellos, se hizo más fuerte que el temor que habían tenido frente a la tempestad.

La duda sobre quién es Jesús, y la dificultad de los discípulos para entenderlo, está presente en todo el evangelio de Marcos. Lo habían escuchado compartir los secretos del Reino, y lo habían visto sanar enfermos y expulsar demonios, pero en el peligro dudan y se enojan porque Jesús no les presta atención. Para Marcos, el evangelista del secreto mesiánico, el misterio envuelve a Jesús, y propone el deseo de conocerlo siempre más. Sus palabras y su comportamiento suscitan interrogantes como el que ahora tenemos aquí, aunque la pregunta de los discípulos es pura retórica, ya que Jesús se ha definido claramente, pues sólo a Dios, su Creador, pueden obedecer inmediatamente las fuerzas de la naturaleza.

¿Y quién es Jesús? Con distintos títulos se ha intentado responder a esto, y a lo que significa para las personas. Pero un nombre nunca revela plenamente la realidad de una persona, mucho menos la de Jesús que no cabe en ningún nombre o esquema. Además, algunos de estos títulos dados a Jesús, incluso los más importantes y tradicionales, son cuestionados por Marcos. Así que, en la medida en que se avanza en su evangelio, va abandonando los títulos y los criterios, porque no quiere reducir a Jesús a conceptos o ideas preconcebidos. Marcos obliga a revisar ideas y a preguntarse cada vez de nuevo: ¿Quién es Jesús para mí? A Jesús hay que ir descubriéndolo paso a paso.

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Unas preguntas para profundizar más en esta palabra de Vida:

*¿Te has sentido amenazado alguna vez por las aguas del mar de la vida? ¿Qué te salvó? ¿Cuál es, hoy, el mar agitado para ti? ¿Pides ayuda al Señor en esos momentos difíciles? ¿Reconoces esa ayuda y la agradeces?

*¿Tienes presente el amor y la fidelidad de Dios? ¿Eres consciente de que te da fuerza en los pequeños y grandes sufrimientos, te capacita para no encerrarte ante ellos y afrontar la vida con valentía, mirando al futuro con esperanza?

*Resentido, ¿le echas en cara a Dios que no te escuche y te haya abandonado? ¿Sientes que tu fe desfallece? ¿Olvidas que la fe se muestra precisamente en esos momentos de prueba, cuando el silencio de Dios hiere profundamente? ¿Quizás sólo creías que tenías fe?

*¿Tiene el sufrimiento una razón de ser? ¿Podrá algo o alguien liberarnos de este sometimiento irremediable ante el mal? ¿Crees que ciertas seguridades, llámense prestigio, dinero o poder, podrían dar esa ansiada seguridad frente al mal y sus consecuencias?¿No será que la persona debe, aún sin comprenderlos, reconocer sus límites y asumirlos?

*¿Será la fe, admitir una providencia que lo gobierna todo, una posición justa y acertada? Sí, pero ¿por qué Dios lo permite? No parece evidente la presencia del Señor ni su interés ante tanto sufrimiento. En momentos en que todo parece amenazar ruina y desastre, ¿dónde estás, Señor?, y ese grito de agobio, ¿por qué a mí?

20140669

Mi compromiso después de escuchar la invitación de Jesús en su Palabra:

*Descubrir las tormentas en las que nos sentimos solos y desamparados, y Dios no aparece por ningún lado cuando le pedimos sentir su presencia. Es el silencio de Dios.

*Comprender que el creyente, es una persona como las demás, y por lo tanto con sus miedos e incertidumbres, y esto hay que reconocerlo sin vergüenza, ni temor. Pero siempre dando pasos, para que nuestra confianza en Jesús sea cada vez más fuerte y auténtica.

*Asumir que, si te parece que Dios está ausente, y te entran ganas de dejarlo todo, puede ser que tu fe esté dormida y te hayas olvidado de Jesús. Por ello, hay que despertarla y nutrirla con la formación, la oración, y poniéndola en práctica en lo cotidiano.

*Vivir con la seguridad de que Jesús no nos deja tirados, y está presente en todas nuestras luchas. Por eso, que nuestra mayor defensa esté en nuestra confianza en él, y no en buscar soluciones por otros caminos que no llevan a nada.

*Entender que ser cristiano no consiste en cumplir prácticas piadosas y normas; implica toda la vida, y no solo una parte. Es situarse ante la vida de una determinada manera, es un modo de ser y actuar ante las situaciones conflictivas de nuestro mundo, poniendo a Jesús en el centro y por encima de todo. La profundidad y calidad de la fe, y la verdad de lo que decimos creer la dan la manera de responder ante las dificultades.

Y le respondo al Señor después de rezar con su palabra:

Señor, con tu bondad y misericordia, transforma nuestras debilidades, cansancios, miedos y fragilidades, y cambia nuestros corazones. Ven, Señor, en nuestra ayuda, y sostennos cuando veas que estamos cayendo en la desconfianza, en la rutina o en el desgaste diario. Ayúdanos a mirar la vida con tus ojos, Señor, para ver tu presencia en los acontecimientos donde parece que estás alejado o ausente. Amén.

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