ORDINARIO 11º B. Dios nos enseña a ver en profundidad a personas y acontecimientos, mirando lo pequeño, lo que no cuenta y lo sencillo.

Resumen y esquema del texto:

7Tres parábolas de ámbito agrario, aparecen en la Palabra de este domingo. Una en la primera lectura: la de la rama de cedro que trasplantada se hace un cedro noble; las otras dos, en el Evangelio: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la pequeña semilla de mostaza que se hace planta exuberante. En las tres aparece la desproporción entre el antes y el después, y evocan la fuerza y eficacia de la Palabra que crece y se desarrolla si los oyentes no le oponen dificultades; nos ayudan a reflexionar sobre la realidad misteriosa y asombrosa del Reino de Dios y sobre el modo de actuar de Dios.

El capítulo cuarto de Marcos reúne cuatro parábolas de Jesús: además de estas dos, la de la lámpara y la del sembrador. Son parábolas dichas en distintas ocasiones, pero unidas en un conjunto armónico en torno a la idea de crecimiento, que se refiere al futuro del Reino, que, aunque Jesús declaró que ya había llegado, estas parábolas indican que está presente sólo de manera germinal; en principio algo insignificante, pero con toda su potencia, y da lugar para un período indefinido de desarrollo antes de la consumación. Estas parábolas están también en Mateo y Lucas, salvo la de la semilla que es propia de Marcos.

Una división del texto para ayudar a la lectura de quien quiera seguir profundizando:

Vv.26-29. La parábola de la semilla que crece por sí misma hasta germinar y estar lista para la siega. El agricultor espera paciente y confiado el crecimiento de la semilla, que se pone en movimiento al margen de él, y a pesar de tantas dificultades. No sabe cómo, pero tierra, lluvia, sol y semilla, tienen la fuerza para hacer crecer la planta desde la nada hasta dar fruto. Hay un ritmo de maduración natural miste­rioso; al agricultor sólo le toca admirar y esperar que venga la siega. Jesús dice que así es el Reino, que tiene fuerza para dar fruto en las entrañas del mundo y del corazón de quien lo acoge. No es conquista humana, sigue un proceso por etapas de maduración, y crece hasta dar fruto en su momento, el de la siega: el juicio definitivo. No toca adelantarlo, sino esperarlo con paciencia y confianza. Nadie sabe explicar esa fuerza misteriosa, sólo su dueño: Dios.

6 0En lenguaje bíblico la semilla, que es fecunda, duerma o vele el agricultor, es símbolo de la Palabra, que es creadora por la potencia de Dios. Esta Palabra si es acogida, da sus frutos, porque Dios la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre verificamos ni conocemos. Jesús invita a confiar en el Dios fiel y providente, que es quien hace crecer su reino; el hombre es su colaborador que contempla feliz la acción creadora divina y espera con paciencia sus frutos. Por eso, para entrar en este reino es necesario no confiar sólo en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios, que tiene predilección por los pobres, sencillos y humildes en el corazón. 

Además, esta semilla no se ha sembrado en cualquier lugar, sino en el terreno preparado de Israel, donde se anuncia este reino en primer lugar, pero que, por su universalidad, está destinado a todas las naciones, en quien acoge la Palabra. El Reino no se impone por la fuerza o de repente, sino que entra en la historia humana, se mezcla y crece en medio de ella. Comienza de manera casi imperceptible, silenciosa y aparentemente frágil, crece de modo progresivo y no depende de la voluntad del hombre. Querer explicarlo, como se intenta hoy explicar todo, incluso lo religioso, como un fenómeno surgido de situaciones comprensibles y humanas, no se podrá nunca entender.

Aparentemente, la explicación de esta parábola es sencilla: “el Reino es semejante a esto”, pero hay tres interpretaciones posibles. En primer lugar, el Reino es semejante a la semilla, por su principio germinativo interno, introducido por Jesús, y que en el plano individual o social trata de transformarlo todo hasta su plenitud. Esta interpretación es paralela a la de Mateo en la parábola de la cizaña: El Hijo del hombre siembra la semilla de la espera en la llegada del Reino; y aunque no se vea, su fecundidad y dinamismo operan sin interrupción, hasta que llegue el momento de la siega. En segundo lugar, el Reino es semejante al proceso de crecimiento, a lo que sucede cuando se siembra la semilla; la fuerza divina presente en el mundo que logra gradualmente el designio de Dios.

21En tercer lugar, el Reino es semejante a la siega, y vendría en virtud de una intervención divina. Porque habrá un final en la siega, y esto evoca también la parábola de la cizaña. La siega era un símbolo clásico para expresar lo escatológico, es decir, el día del Señor o del juicio. En algunos círculos judíos tenían prisa, y esperaban y deseaban una intervención definitiva y violenta de Dios que impusiera un juicio inmediato y severo, y fulminantemente todo quedaría en orden: salvación del pueblo y ruina de las gen­tes. Así pensaban los zelotes y la mayor parte del pue­blo, pero Jesús no actúa a la altura de estas esperanzas, y advierte que esto es un misterio del Reino, como lo es el de la vida.

Sea lo que sea, el Reino es semejante a la culminación de un proceso. Los estadios del crecimiento son visibles, y Jesús mismo consideró su obra como el culmen de la misión profética y del Bautista, dando al símbolo tradicional de la siega un nuevo enfoque: el de la paciencia. La misma seguridad que tiene el labrador de que tras una larga espera recogerá su fruto, lo mismo ocurrirá con el Reino en el momento en que se cumplirán las esperanzas escatológicas. Y lo mismo que la semilla crece y se desarrolla en virtud de su fuerza interna irresistible, así también el elemento primordial del Reino empuja al crecimiento y a la madurez. El creyente, como el labrador, debe tener confianza y esperar (St 5,7). No hay que precipitar la hora decisiva, que con toda seguridad llegará, libre e inevitablemente; en el secreto de su actividad, Dios la está preparando.

Impresiona la forma tan sencilla de explicar que hay cosas que no dependen de nosotros, aunque se cuente con nosotros, y que hay cosas que van adelante, se enderezan y logran su armonía. Es la callada labor de Dios que trabaja incluso cuando andamos distraídos, torpes o ausentes. Pero la parábola, como todas, es extraña, y hay cosas que no se comprenden; se entiende que Mateo y Lucas no la copiasen. Así, no parece que el campesino represente a Jesús, porque no sabe lo que ocurre. Puede que se refiera a los apóstoles que anuncian el evangelio, y da fruto, aunque ellos no lo noten. La tierra puede referirse a cada persona, en el que Dios siembra su palabra en el surco de su libertad, inteligencia y corazón.

12Vv.30-32. La parábola del grano de mostaza, la semilla más pequeña, pero que al crecer se hace la más alta de las hortalizas hasta, incluso, ser morada de pájaros; así es el Reino. Esta parábola es más clara que la anterior, y parece dirigida también a corregir errores de grandeza. Compara la comunidad cristiana, el Reino en la tierra, con la semilla de mostaza, pequeña pero llena de vida; no hay que desanimarse si es un árbol pequeño, con comienzos humildes e insignificantes, porque crecerá, se expandirá, sus ramas cubrirán la tie­rra y será la admiración de las gentes. Esto parece una alusión a la universalidad de la oferta de la salvación que Jesús proclama. Los pajarillos también serían una referencia a los paganos.

El árbol simbo­lizando el Reino, tiene raíces bíblicas. Evoca la profecía de Ezequiel de la primera lectura: Dios corta una rama del cedro alto (=rey de Israel desterrado), la planta en la colina más alta de Israel y anidará a los pájaros. Israel estaba exiliado en Babilonia, porque el rey Sedecías, último de la dinastía de David, rompió el pacto con el rey babilonio, para aliarse con el faraón, pensando que lo salvaría, y demostrando que no confiaba en Dios, sino en los hombres. El profeta anuncia que la dinastía davídica desaparecería, pero la promesa hecha a David se cumpliría. La parábola se refiere a los tiempos futuros, cuando aparecerá una rama, el verdadero descendiente de David, que será un rey universal y eterno. Las promesas del Señor siempre se cumplen: “Yo, Dios, he hablado y lo haré”.

Pueblo desterrado, tierra en manos extranjeras, culto abolido, monarquía truncada… Pero Dios no ha abandonado a su pueblo, no lo olvida y se mantiene fiel a sus promesas. El destino de las naciones está en sus manos, es el Señor de la historia; puede truncar los cedros y abetos más robustos, y levantar hasta el cielo las plantas más humildes; así lo ha determinado y así lo hará. La ramita verde -símbolo de la esperanza- se convertirá en todo un cedro noble, frondoso y elevado; acudirán a él aves de todo género, buscarán su cobijo desde los cuatro vientos. Reviven las esperanzas mesiánicas en pleno exilio, y todos los pueblos van a ver la maravillosa acción de Dios.

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La parábola de la mostaza retoma la esencia del mensaje de Ezequiel, y el resultado es el mismo: ambos árboles pueden anidar pájaros, pero Jesús opone a la grandeza del cedro la modestia del grano de mostaza; el Reino llega desde la sencillez y humildad, y desde ahí alcanzará dimensiones inimaginables. Dios hace revivir los árboles secos, humilla a los soberbios y ensalza a los humildes. La de Jesús será una comunidad modesta, sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite. El Reino comienza por la acción del Padre, de un modo aparentemente oscuro y escondido, como la vida de Jesús en Nazaret, y los medios humanos con que contaron él y los suyos. Todo haría presagiar una ruina, pero el árbol creció y todos los pueblos pueden cobijarse en él.

Vv.33-34. Conclusión sobre las parábolas. Una parábola es una comparación con la que Jesús se acomoda al entender de las gentes, y usa cosas conocidas y evidentes de la vida: semilla, terreno, sal, flores, peces…, para explicar cosas invisibles y desconocidas del Reino, un misterio sobrenatural que irrumpe en la vida humana. Jesús habla de lo cotidiano de la vida de la gente, y así las ayudaba a descubrir la presencia misteriosa de Dios y su Reino en la vida de cada día, ya que lo extraordinario de Dios se esconde en las cosas ordinarias y comunes. Las parábolas no lo dan todo hecho, sino que mueven a pensar y hacen descubrir a partir de la experiencia de los oyentes, moviendo a la creatividad y a la participación. Algo dicen las parábolas, pero no lo dicen todo, y el misterio del Reino permanece.

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Unas preguntas para profundizar más en esta palabra de Vida:

*¿Das gracias al Señor por todo lo bueno que sembró en ti para  tu crecimiento y para que hoy puedas extender tus manos y dar ayuda y cobijo al que lo necesite?

*¿Cómo es tu confianza en la acción providente de Dios? ¿Cultivas su amistad y su trato? ¿Te ayudan en tu perseverancia y compromiso?

*¿Ves en tu pasado cosas que no supiste cómo pero las viviste  y te ayudaron a madurar? ¿Entiendes que eso es presencia del Señor? ¿Cuál es el momento que más te ha ayudado a madurar?

*¿Qué signos constatas en tu historia personal del crecimiento humilde y silencioso del Reino?

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Mi compromiso después de escuchar la invitación de Jesús en su Palabra:

*Constatar que, conforme vas madurando en la fe, la presencia de Dios va guiando tu ser y actuar. Lo que vas viviendo como cristiano y como Iglesia es como una semilla sembrada en la tierra, que va creciendo poco a poco, se va asentando en tu realidad si la cuidas y haces tuya. Son esos brotes de esperanza que en la vida de cada uno manifiestan la cercanía, la realidad y la presencia de Dios.

*Saber que, la atención a los pobres, la oración confiada, nuestro compromiso cristiano en la sociedad, la celebración de la Eucaristía, la vivencia de la fe en la familia o en el trabajo, las acciones que realizamos cada día en fidelidad a nuestra vocación de seguidores de Jesús, y, esos pequeños pasos que vamos dando como hijos de Dios y hermanos de todos, al estilo y a la medida de Jesucristo, son signos de la presencia del Reino de Dios.

*Confiar en la acción de Dios en nosotros, en su Iglesia, en todas las personas, para que así no nos desalentemos ante las dificultades. En la vivencia de esto se demuestra la fortaleza y profundidad de nuestra fe. Es Dios mismo el que va actuando, en ocasiones con nuestra ayuda, pero otras veces, a pesar de nuestros errores.

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*Aprender de la pedagogía de Dios, que nos enseña a ver en profundidad a las personas y los acontecimientos, mirando lo pequeño, lo que apenas cuenta, lo sencillo. Desconfiar de la grandilocuencia, porque Dios prefiere las mediaciones que no apabullan, ni ocultan, ni nos desvían de lo esencial que es Dios mismo, el Padre que nos quiere y nos cuida.

*Asumir la lentitud de los cambios, confiados en que colaboramos con algo imparable; no caer nunca en el desaliento, ni en el protagonismo, ni querer reconocimientos por lo bien que lo hacemos, ni buscarnos a nosotros mismos cuando decimos que buscamos el Reino; no querer que las personas cambien cuando y como nosotros queramos, sino que nuestra voluntad sea ponernos a la disposición del plan salvador de Dios.

*Darnos cuenta de realidades que crecen sin proporción a nuestro esfuerzo, y que otras veces nos parece que están estancadas y nos vienen ganas de abandonar, sin insistir, y dedicarnos a algo más productivo. Nos cansamos de esperar, de regar un palo seco, y de las pequeñeces; queremos números, resultados, cantidades que justifiquen nuestro trabajo. Jesús pide no menospreciar lo pequeño, confiar en la fuerza interior que Dios ha puesto en ti y en todos, y dejarnos sorprender por la novedad que cada día nos ofrece la vida.

Y le respondo al Señor después de rezar con su palabra:

Señor, crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Que tu Palabra nos oriente para que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y dar testimonio a los demás de que estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Amén.

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